lunes, 22 de noviembre de 2010

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Y me imagino dentro de unos 50 años...

Ahí aparecieron ya las tan esperadas arrugas, todas y cada una de esas, las que ahora tienen solo algunos indicios mi rostro, o esas que del todo no han aparecido aún.

Llegaron las canas, que ahora las veo sólo en caricaturas de mi misma. Aunque no están conmigo aún, siempre pienso que cuando lleguen, serán importante evidencia de mi recorrido en esta vida.

Sin querer, se acumularon los años, los que apenas ahora confundo y colecciono en una caja de zapatos, caben 50 años más tarde en un viejo baúl enorme al pie de mi cama, enrollados como pergaminos archivados en una vieja biblioteca.

Mis brazos no tienen la fuerza ni la firmeza de hoy, mis manos arrugadas tiemblan y dudan con cada movimiento, no sostienen firmemente una mano como antes y botan sin querer las cosas que se atraviesan en el camino.

El andar, ahora es lento y mi figura curvada, incluso mi estatura no es la misma que antes. Sin querer me estoy haciendo pequeña de nuevo, sin recobrar la vivacidad de la juventud.

Las piernas que me hacían caminar, correr y brincar con alegría o con premura, ahora se ven atadas sin querer a un metrónomo que lentamente ha perdido su cuerda.

Aquella visión que antes me producía orgullo, por ser una de las mejores, ahora no funciona para ver los pequeños detalles. Parece que estuviera viviendo permanentemente en un cuadro empañado a la lejanía.

El rostro moreno por el que muchas veces recibí un alago o una suave caricia de un hombre que admiraba, es ahora un extraño. Cómo si el espejo en que se refleja, se hubiera partido en mil pedazos, no logro reconocer quien está ahí, por más que me siento a verlo por horas todos los días.

A esta alturas de mi vida no se que me hace falta o que me sobra. No se si me hace falta compañía o si me sobran males. No se si me faltan órganos o si me sobra experiencia. Qué de mi vida logré y qué quedó pendiente de cumplir.

Ahora en este trayecto del camino, he descubierto que no tengo una vida eterna, pero sé que he trabajado por hacer cuanto he podido y seguiré trabajando con las pocas fuerzas que me queden por los días que me queden para lograr lo que me falte.

También sé, que cada una de las arrugas y de las canas que reflejan ese espejo roto, han valido la pena, las situaciones que las provocaron, me hicieron musa por muchos años, hasta el ocaso de mi vida. No importa que no reconozca a la musa del espejo roto hoy. Recuerdo a la musa de papel hermosa que se reflejaba en mi juventud y vive todos los días en mi corazón.


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